Me imagino a Matilde como una mujer
de carnes abundantes y bonachonas,
de sonrisa fácil y agradecida
que ilumina todo lo que enfoca.
Matilde en mi cabeza
es la gracia de la esperanza
de lo que podemos encontrar,
ese tesoro que aguarda
de las malas tinieblas que nos sobrevuelan.
Tiene que ser una mujer de aire tan terranal
que acabe pareciendo divina de tan amable.
Sin darse cuenta
tiene que resplandecer la sencillez de lo descalzo,
de lo no sombrío,
de lo austero y más valioso de esta vida.
Yo quiero tener a mi Matilde imaginaria,
para que me muestre la energía de los mares
mientras me susurra una nana en el oído.