Por fin me he deshecho de esa
parte de mí que se había casi desprendido de mi piel pero que continuaba ahí
cogida, pegajosa. Parecía alquitrán en pleno agosto.
Ha sido un alivio, un respirar
fuerte y profundo, un nuevo aire.
Colgaba de mí desde hace tiempo, pesando
demasiado y dificultándome el andar; me hacía arrastrarla cerca de mí, como
las bolas que siguen a los presos vestidos a rayas en los cómics.
Era más densa que el mercurio
porque contenía una concentración muy alta de recelo, odio, envidia,
manipulación, mentira y engaño premeditado, violencia contenida, locura.
Por eso, cuando he podido
arrancármela, ha sido como matar a un deméntor. De repente me ha parecido
recuperar el alma cuando inspiraba profundamente. Pero aunque veo que ahora
peso menos y he ganado flexibilidad, ganas de saltar y de moverme, no puedo
cantar victoria: al mirarme al espejo sin ropa veo esa marca de dientes en mi
abdomen, una marca roja y redonda, reciente y sobreelevada. Una marca creada por dos arcadas dentarias
que parecen haber hecho una presión equilibradamente agresiva sobre mi piel.
‘No hay remedio definitivo, sólo
una tregua’, me digo a mí misma ante el espejo. ‘Siempre habrá deméntores a los
que matar’. Porque supongo que siempre habrá un lado oscuro del que nazcan y
nazcan y renazcan.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada