Al cerrar los ojos se puede ver el mundo no con personas, sino con luces flotantes. Todo el mundo que pasa tiene su luz,
irradia algo que no sé lo que es, algo que a veces fascina y otras veces repugna y hace que uno se tenga que alejar deprisa.
Al cerrar los ojos, puede ser que
vea en mí alguna luz, como el magma reprimido del volcán, haciendo temblar la
tierra, latiendo tum-tum-tum.
Creo que es la luz de los que no
piden perdón por haberse desnudado, la luz de los que saben lo que quieren o al
menos lo parece, que se burlan con sorna de los que permanecen sentados
expectando, intentando leer los subtítulos de una película que pasa a ritmo
fluente y que en un chasquido inesperado va a acabar de repente, dejándolos sin
haber entendido nada.
Miro las luces que salen en mi
película y me doy cuenta de que hay gente que congrega a gente, gente que guía a gente como un faro encendiéndose y apagándose, guardándonos a todos de morir contra las rocas. Gente que dice adorar la soledad pero su luz exige un protagonismo inquietante. Gente que sabe más que
otra, gente pedante de luz amarillo fluorescente, gente de luz insistente que no se da cuenta de su poder, que tiene una
programación interior casi divina, capaz de conducir inexorablemente a los que
pululan indecisos a su alrededor hacia la apoptosis callada y decadente. Luces de interrogatorio, luces epilépticas. Los que tienen esa luz roja que avisa ya del peligro que conllevan, pero que no rehuimos (a todos nos da satisfacción pícara pasarnos corriendo un semáforo que aún no ha cambiado a verde). Y luego mis preferidos, los que desprenden esa luz cálida, casera, que me hace sentir recogida en sus rayos, que
harían que me quedase cerca suyo para que me cantaran una nana.
Además, las luces no son siempre
iguales: hay que fijarse que mudan un poco con el día, con el dolor de
articulaciones y con las intenciones y perspectivas de futuro. Por ejemplo, veo en mi luz contenida que hay
días que es tan fea que se sume en la más densa oscuridad y parece un puñado de humo condensado hecho hollín, pero que cuando es
bonita se derrama por los poros de la piel y ese sí, ese es mi día de suerte, el día en que me siento radiante.
Total, que se ve que cuando por dentro de la luz vemos partículas en suspensión, a eso se le llama efecto Tyndall.
EL MUNDO
ResponEliminaUn hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia,pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso - reveló - Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuego iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin
parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano
Qué grande, Mati :)
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