dimarts, de febrer 07, 2012

El despertar metamorfósico (Virando carioca)


Mueve la boca ligeramente, como si estuviera rumiando con pereza unas briznas de hierba que hubieran sobrado de la mañana de pasto. Segundo seguido, contrae ambos orbiculares de los ojos con un espasmo breve pero lo suficientemente fuerte como para evidenciar los surcos que se forman en la piel del canto lateral de los ojos: profundos aunque efímeros, ya que, al desaparecer la contracción, la piel permanece lisa como una caracola acariciada por las olas del mar.

El sueño, que ocupaba todo el espacio de la habitación, denso, pesado, se está esfumando lentamente por la rendija de la ventana y va dejando en su lugar un aire cada vez más nítido. Cuando eso ocurre, las pestañas-persianas de la mujer que yace en la cama se recogen enrollándose sobre sí mismas y dejan al descubierto dos enormes ojos azules.

Se queda estática un momento esperando la inyección de energía que necesitan sus músculos para conseguir levantarla. Así puede, de un movimiento rápido y perfecto de su brazo derecho, apartar la manta que la cubre con un doblado triangular. 

Y con ese talante robótico continúa su ritual de incorporación matutino, cuando genera un ángulo de noventa grados entre su espalda y sus piernas, se gira en bloque hacia la izquierda de la cama y apoya ambos pies al suelo. Ayudada sutilmente de sus manos, hace en realidad un balanceo discreto con el cuerpo primero hacia atrás y después hacia delante, transfiriendo en este momento el peso a sus extremidades inferiores que, como dos resortes obligados a un ángulo imposible, adoptan la postura recta con obvia naturalidad.

La lentitud con la que se arrastra hasta el baño recuerda a un perezoso artrósico. Pero al llegar enfrente del espejo, esa lentitud desaparece de golpe, dejando paso a un ritmo frenético de sorpresa e incredulidad.

¿Qué son estos tirabuzones negros que despuntan entre sus cabellos rubios?

Se estira del pelo con violencia, pasando bien los pelos por entre los dedos, que se coordinan en forma de garra; con eso tan sólo consigue empeorar la situación, porque se queda con mechones de pelo rubio en la mano mientras los de color azabache permanecen fuertes en su cabeza.

Paralizada de pánico, aún con su pelo rubio entre los dedos, mira hacia abajo y se da cuenta de que no tiene pechos, que su torso está plano, y que si continúa mirando hacia abajo percibe un abultamiento entre las piernas. Se quita con brusquedad la camiseta y ve que su piel está oscureciéndose; se mira otra vez en el espejo y sus ojos están dejando de ser azules: están virando, pulso a pulso, a casi negro.

Con un gesto de negación impregnado de esperanza, gira la cabeza hacia la cama. 

Ahí se ve a ella misma, estirada, aún durmiendo, plácida y tranquilamente.

Bien. Respira hondo, más calmada ya, y se vuelve hacia el espejo para examinarse más de cerca.

El color de sus ojos es de un negro infranqueable y por eso se acerca más al espejo, más a sus ojos, más para desentrañar lo que pueda haber ahí dentro...

Pero al inclinarse tanto pierde el equilibrio y percibe una fuerza que la estira, sin preguntar, sin invitarla, sin pedir permiso, haciéndola caer dentro del reflejo de los ojos del espejo.

¿Despertó de nuevo?